Las palabras guardan consigo un gran poder que puede repercutir en desenlaces tan agradables como en el sentido contrario; a pesar de que un “si” es una palabra tan corta y cuenta con el mismo número de letras que un “no”, la repercusión de escuchar una y otra puede resultar diametralmente opuesta dependiendo de la respuesta deseada, o esperada.
Por ejemplo, si un niño que camina de la mano de sus papás por el parque, se encuentra de repente al globero, o al señor de las nieves, y les pide un helado, o le compren un globo, la respuesta que de sus padres se desprenda será vital para el estado de ánimo inmediato del niño, si la respuesta es un sí, el pequeño se pondrá feliz; pero si es un no, seguramente vendrán los lloriqueos, los berrinches, los reclamos.
El mismo caso se sucede cuando un jovenzuelo pide a una chica que sea su novia, si la respuesta de la cortejada es un sí, el joven enamorado se verá volando entre nubes, pero si la respuesta de la chica es un no, el mozalbete quedará descorazonado y tal vez eso influya no sólo en su comportamiento sino también en su rendimiento académico y en otros aspectos propios de su edad; de ahí la importancia de meditar lo que se desea, así como de lo que se pregunta y se responde.
Sin embargo, existe una expresión que no representa mayor trabajo ni tiempo que un pequeño gesto y apenas un par de segundos en su realización: la sonrisa.
Al respecto, ayer por la mañana arribando a mi centro de trabajo (que dicho sea de paso en unos días no lo será más), me encontré a una joven y atractiva mujer a la entrada del inmueble, la dama en referencia me espetó sin más ni más una sonrisa lúcida y muy natural, rematando con un sutil: hola.
Esa inesperada iniciativa de la bella mujer, me sorprendió y a la vez me despejó de mis rudimentarias cavilaciones, no atinando a responderle más que un tenue: buenos días; debo aclarar que, desde luego, no tenía conocimiento de la existencia de dicha mujer, pues la empresa es tan grande que es muy complicado conocer a todo el personal, aunado que tal vez se trataba de una persona de nuevo ingreso.
La imagen de esta persona sonriendo perduró en mí gran parte del día, generándome una agradable sensación de confianza, ánimo y tranquilidad, no por otra cosa que por el simple hecho de ver a una persona sonreírle a un desconocido (y más si ese desconocido era yo), no es tan fácil, y menos en estos tiempos tan turbulentos, donde existe tanta desconfianza, tanta gente preocupada cargando problemas de índole y magnitud diferente.
La semiótica, a diario casi todos los seres humanos la ponemos en práctica, consciente o inconscientemente; hay personas más perceptivas y receptivas que otras, pero al final de cuentas, no creo que ninguna se niegue a recibir y agradecer una sonrisa, aunque ésta provenga de una persona desconocida, después de todo, la sonrisa es un lenguaje universal y transmisora de un estado de ánimo que refleja seguridad y tranquilidad de quien la expresa.
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