Omar Carreón Abud
¿Será realmente nuevo? O, como algunos temen, será más de lo mismo o, peor aún, ¿saltaremos de la sartén a la lumbre? Hago votos porque sea realmente nuevo y, no sólo nuevo, sino que se aplique una política en beneficio de la gente más pobre y más necesitada del país que no es, como algunos quieren hacerlo creer, caso excepcional, sino la regla, la dolorosa regla que alcanza a más de 60 millones de mexicanos. Espero sinceramente que Felipe Calderón Hinojosa rebase, como ha dicho, a los partidos de izquierda por la izquierda.
¿Será realmente nuevo? O, como algunos temen, será más de lo mismo o, peor aún, ¿saltaremos de la sartén a la lumbre? Hago votos porque sea realmente nuevo y, no sólo nuevo, sino que se aplique una política en beneficio de la gente más pobre y más necesitada del país que no es, como algunos quieren hacerlo creer, caso excepcional, sino la regla, la dolorosa regla que alcanza a más de 60 millones de mexicanos. Espero sinceramente que Felipe Calderón Hinojosa rebase, como ha dicho, a los partidos de izquierda por la izquierda.
Se necesita y urge. No sólo por la dramática situación que viven los millones de pobres, sino porque esa realidad daña ya el tejido social. Sin tremendismos ni exageraciones, tiene que reconocerse que la armonía y la paz sociales están ya seriamente dañadas. La delincuencia organizada, los crímenes, las venganzas y ajustes de cuentas, han alcanzado niveles aterradores, los conflictos sociales sin resolver abundan y se generalizan, la farmacodependencia y el consumo desmedido de bebidas embriagantes, azotan a la juventud como nunca antes y la monopolización de los medios de comunicación se ha convertido en una nueva y moderna censura en la cual, como en las más aborrecibles dictaduras, sólo unos cuantos tienen la palabra y su voz es la voz de Dios.
La delincuencia organizada no tiene sus raíces en la maldad del ser humano, las tiene en su miseria. Aceptando sin conceder que existan malas entrañas de nacimiento, éstas no tendrían de quien echar mano, a quien reclutar y embarcar en aventuras delictuosas, si la juventud tuviera estudio y trabajo, si no estuviera siempre a punto de dejar la escuela o de plano ya en la calle, a la disposición, no del mejor, sino de cualquier postor, dispuesta a hacer cualquier trabajo por unos cuantos pesos o un par de zapatos tenis.
Los apoyos a la educación no son lujos. Son indispensables para un pueblo que quiera progresar. Véase China, India, Vietnam, nos estamos quedando lamentablemente atrás. La verdad nada tiene que ver con el malinchismo. Si se sigue regateando la educación gratuita cobrando a trasmano todo lo que se puede; reduciéndola a su mínima expresión, impartiendo clase unas cuantas horas, la mitad o menos de lo que se trabaja durante un día en otros países; si se sigue considerando como un crimen becar o prestar servicios asistenciales a estudiantes para que no abandonen sus estudios, si seguimos por donde vamos, la educación seguirá en bancarrota y, lo que es peor todavía, los conflictos sociales se agudizarán. No pasemos por alto que el 46 por ciento de los jóvenes entre 12 y 29 años, no estudian.
No puede dejarse que la gente siga a merced del mercado, menos aún, hacer intervenir al estado para regular su funcionamiento, pero sólo a favor de los grandes intereses. Como hace unos días en que se intervino para “equilibrar” el precio de la leche, el precio del diesel y la gasolina premium ocasionando con ello aumentos en cascada que todavía no se sabe dónde van a terminar, y no se interviene jamás para equilibrar el mercado cuando la mercancía llamada fuerza de trabajo, se devalúa. En el sexenio de Vicente Fox el poder adquisitivo del salario disminuyó 22 por ciento, más de 30 millones de trabajadores perciben menos de un salario mínimo y, para acabar de ilustrar está catástrofe social, recordemos que el año pasado el salario mínimo sufrió un impresionante aumento de 1 peso con 87 centavos.
El estado tiene que ejercer el poder que tiene en sus manos para corregir los desajustes del mercado en perjuicio de la gente. Para que tenga vivienda, servicios, salud, educación. Me preocupa que se diga que se van a recortar los impuestos a los poderosos, que se diga que el gasto se va a reducir. ¿Estamos a la puerta de que ya no sólo no le alcance su mísero salario a la gente, sino que cuando necesita que el Estado le proporcione un servicio o le levante una obra, se va a encontrar con una negativa y, si insiste, con la represión? Ojalá que no sea así, ya que, como es lugar común decir, será echar gasolina a la lumbre.
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