
Plan B
Por Lydia Cacho
Lunes 07 de Abril/2008
Bancarrota moral
Todos los líderes y los partidos políticos en México le arrebatan a la gente la posibilidad de creer en líderes morales
Tenemos en las manos el periódico, ante nuestros ojos un despliegue de desesperanza: militares que en aras de abatir el narcotráfico asesinan a civiles y, acompañados de agentes de Migración, violan a mujeres centroamericanas. Multimillonarios y banqueros coludidos con políticos compran los parques nacionales de Tulum y Puerto Morelos sin empachos de generar una crisis del ecosistema en Quintana Roo. Los diputados y senadores que propusieron la Ley antitabaco fuman dentro del recinto legislativo. Un ala poderosa de la Iglesia católica defiende a los narcos porque les otorga diezmos multimillonarios, y rezan antes de entregar el dinero ensangrentado. El líder de la organización de gasolineras entrega pruebas de cómo se ha favorecido a la familia de Mouriño, el secretario de Gobernación, con permisos exprés para sus gasolineras. Parece que lo mejor que muestran los diarios son los nuevos libros, la moda primavera-verano y la ropa inteligente para bebés.
Un hombre se deprime por el desamor y el abandono. Una mujer llora porque ha perdido el trabajo; pero unos días después él saldrá con nuevos bríos a buscar a otra pareja y ella a pedir un nuevo empleo. Sin embargo, ¿qué hace una sociedad que se percibe abandonada y traicionada por quienes determinan su destino? El PAN avala el tráfico de influencias, esconde bajo su manto a los Bribiesca y negocia los derechos humanos. El PRI protege a sus gobernantes asesinos y aliados del crimen organizado. El PRD se entrampa en un auto-fraude electoral, mientras Alternativa muestra cómo el poder corrompe a mujeres y hombres por igual. Todos arrebatan a la gente la posibilidad de creer en líderes morales.
La depresión colectiva no es cosa menor, y nunca debe subestimarse. La bancarrota moral en la que se encuentra México genera cotidianamente sentimientos de inseguridad, desasosiego e indefensión. Cuando la gente se sabe abandonada por sus líderes, cuando le teme a la policía y al Ejército todopoderoso, no tiene más que comprar doble cerradura para su puerta, y rezar para que las autoridades federales y el Ejército no le asesinen a mansalva por una confusión.
Cuando no hay sentimiento de colectividad, las y los individuos tienden a justificar su egoísmo, el aislamiento favorece y alimenta la doble moral. “Para mí: la justicia, aunque sea comprada; para mi prójimo: la cárcel, aunque no la merezca”, parecen decir millones de personas incrédulas del sistema. Está claro que la esperanza se nutre de una vida amorosa y de un desarrollo espiritual individual; pero no podemos ignorar el impacto que la mala política tiene en nuestra vida cotidiana. La corrupción del poder público pone a prueba la entereza de cada persona. Las noticias ponen a prueba nuestra capacidad para el optimismo; es decir, para hacer lo óptimo y enseñar a las próximas generaciones a desarrollar otras formas de ejercer el poder. La única salida es vigilar, exigir, protestar ante la injusticia, solidarizarnos con las víctimas y señalar a los victimarios. El espacio privado es un refugio, pero un falso refugio, porque eventualmente la descomposición del espacio público terminará irrumpiendo en nuestras vidas privadas.
Tenemos en las manos el periódico, ante nuestros ojos un despliegue de desesperanza: militares que en aras de abatir el narcotráfico asesinan a civiles y, acompañados de agentes de Migración, violan a mujeres centroamericanas. Multimillonarios y banqueros coludidos con políticos compran los parques nacionales de Tulum y Puerto Morelos sin empachos de generar una crisis del ecosistema en Quintana Roo. Los diputados y senadores que propusieron la Ley antitabaco fuman dentro del recinto legislativo. Un ala poderosa de la Iglesia católica defiende a los narcos porque les otorga diezmos multimillonarios, y rezan antes de entregar el dinero ensangrentado. El líder de la organización de gasolineras entrega pruebas de cómo se ha favorecido a la familia de Mouriño, el secretario de Gobernación, con permisos exprés para sus gasolineras. Parece que lo mejor que muestran los diarios son los nuevos libros, la moda primavera-verano y la ropa inteligente para bebés.
Un hombre se deprime por el desamor y el abandono. Una mujer llora porque ha perdido el trabajo; pero unos días después él saldrá con nuevos bríos a buscar a otra pareja y ella a pedir un nuevo empleo. Sin embargo, ¿qué hace una sociedad que se percibe abandonada y traicionada por quienes determinan su destino? El PAN avala el tráfico de influencias, esconde bajo su manto a los Bribiesca y negocia los derechos humanos. El PRI protege a sus gobernantes asesinos y aliados del crimen organizado. El PRD se entrampa en un auto-fraude electoral, mientras Alternativa muestra cómo el poder corrompe a mujeres y hombres por igual. Todos arrebatan a la gente la posibilidad de creer en líderes morales.
La depresión colectiva no es cosa menor, y nunca debe subestimarse. La bancarrota moral en la que se encuentra México genera cotidianamente sentimientos de inseguridad, desasosiego e indefensión. Cuando la gente se sabe abandonada por sus líderes, cuando le teme a la policía y al Ejército todopoderoso, no tiene más que comprar doble cerradura para su puerta, y rezar para que las autoridades federales y el Ejército no le asesinen a mansalva por una confusión.
Cuando no hay sentimiento de colectividad, las y los individuos tienden a justificar su egoísmo, el aislamiento favorece y alimenta la doble moral. “Para mí: la justicia, aunque sea comprada; para mi prójimo: la cárcel, aunque no la merezca”, parecen decir millones de personas incrédulas del sistema. Está claro que la esperanza se nutre de una vida amorosa y de un desarrollo espiritual individual; pero no podemos ignorar el impacto que la mala política tiene en nuestra vida cotidiana. La corrupción del poder público pone a prueba la entereza de cada persona. Las noticias ponen a prueba nuestra capacidad para el optimismo; es decir, para hacer lo óptimo y enseñar a las próximas generaciones a desarrollar otras formas de ejercer el poder. La única salida es vigilar, exigir, protestar ante la injusticia, solidarizarnos con las víctimas y señalar a los victimarios. El espacio privado es un refugio, pero un falso refugio, porque eventualmente la descomposición del espacio público terminará irrumpiendo en nuestras vidas privadas.
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