El Partido de la Revolución Democrática es una institución política que se formó a partir de la unión de organizaciones diversas identificadas con la “izquierda” mexicana; es un partido que nunca ha tenido hegemonía y mucho menos, institucionalidad.
A partir de que fue ganando posiciones políticas, también fueron surgiendo las diferencias y las verdaderas identidades de muchos de sus militantes, se organizaron corrientes que buscaron allegarse de cargos públicos y de posiciones dentro del partido, negociando incluso con partidos de oposición para mantener sus raquíticos espacios y sus cotos de poder.
El mayor ejemplo de esta situación es el propio Cuauhtémoc Cárdenas, quien llegó a ser el estandarte de este partido pero que al ser rebasado por una figura de arrastre mayor como lo es López Obrador, decidió no solamente darle la espalda, sino operar en su contra.
Lo malo no es la falta de disciplina dentro del partido, pues la discrepancia siempre es un motor constructivo para cualquier organización, lo malo es que nunca ha contado con institucionalidad ni con una ideología acorde a las necesidades de la nación.
A la caída del PRI, el PRD logró posicionarse entre un amplio sector de la ciudadanía; comenzó a ganar cargos de elección popular en todo el país, a la par de el súbito crecimiento de Acción Nacional; sin embargo, es en este punto donde salieron a relucir las verdaderas intenciones de algunos militantes perredistas, se olvidaron de la esencia del partido y de las demandas ciudadanas.
De haber leído correctamente (tal vez lo hicieron pero no les importó) esta situación, habrían aprovechado la inercia y en este momento el PRD estaría en una posición envidiable, pero no fue así.
Jesús Ortega fue de los primeros en detectar el “botín” que representaba estar al frente del partido, no es casualidad de que haya competido hasta en tres ocasiones para lograr la presidencia del mismo.
Pero fue hasta la más reciente elección interna cuando su ambición se concretó gracias a las innumerables artimañas utilizadas durante la misma, y a las negociaciones realizadas por su grupo con el debilitado partido en el poder: el PAN.
Era imposible que en un país como México, donde se convive a todas horas con la corrupción desde hace cientos de años, se pudiera evitar la inserción de sujetos oportunistas, vividores e igualmente corruptos, a una organización que en su fundación, no tuvo opción de elegir a quién la daba entrada y a quién no.
En ese proceso de formación, fue que se incrustaron los Bejarano, los Jesús Ortega, los Jesús Zambrano, los Martín Medoza, los Becerra Arias, los Horlando Caballero, entre muchos otros, que fueron los cimientos mal hechos que ahora están ocasionando que la estructura perredista se esté cimbrando.
Por eso, la decisión de Alejandro Encinas de no integrarse al Comité Nacional es la indicada, para no mezclarse con esta clase política clientelar que poco a poco irá perdiendo presencia, y más aún, decidir emprender un movimiento nacional que impida el avance de este hongo destructor (ahora que está de moda) que no es otra cosa más que el brazo legitimador de un gobierno espurio y deficiente.
Con estas decisiones, se está aceptando de partir nuevamente de cero, aunque contando con el avance significativo de lo realizado por López Obrador en el movimiento que encabeza, y del enorme desgaste sufrido por el propio grupo encabezado por Jesús Ortega.
Ayer en Radio Universidad escuchaba una entrevista que se le realizó al dirigente estatal, Horlando Caballero, y como siempre, por más que se esforzó, su escasa capacidad discursiva y su nulo manejo de la información, no le permitieron argumentar nada a favor de la causa de Ortega, personaje del cual depende a nivel nacional, incluso, muchos de los mensajes eran recriminatorios hacia Jesús y al propio Horlando, al grado que muchos manifestaron su intención abandonar el partido.
Alejandro Encinas ha pedido que se mantengan en la institución, que juntos se construya un nuevo grupo que a la par de combatir a estos oportunistas, se realicen propuestas viables que contribuyan a la construcción de un proyecto de nación, que sirva de contrapeso a los gobiernos entreguistas del PAN y del PRI.
No es una tarea fácil, pienso que esto sólo puede conseguirse con la participación organizada, conciente y permanente de la ciudadanía, lo cual requiere de incentivos sociales y participativos que permitan que así sea, y creo que hay los suficientes para lograrlo.
Desde este espacio apoyamos la propuesta de Encinas, hay indicios que nos permiten vislumbrar que se puede sacar adelante siempre y cuando no se caiga en las mismas prácticas de los grupos que hoy se han adueñado del partido, no por mucho tiempo.
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