SE REANUDA LA LIGAMX LEÓN VS MAZATLÁN

domingo, septiembre 06, 2009

REPORTE ESPECIAL

Migración centroamericana

Dominio Z

Un periodista salvadoreño y un fotógrafo catalán, ambos del equipo En el Camino –una organización formada en México en 2008 por reporteros, fotógrafos y documentalistas de diversos países-, recorrieron durante una semana territorio tabasqueño para tomar registro de las atroces vicisitudes que enfrentan los centroamericanos indocumentados en su tránsito hacia Estados Unidos. Son vividos, descarnados, los relatos que se incluyen en este amplio reportaje, donde desfilan desde autoridades corruptas hasta sicarios del grupo armado Los Zetas y de bandas –“zetitas”- que asolan a los indocumentados. Originalmente el texto apareció en el semanario digital salvadoreño El Faro. El propio autor hizo una versión abreviada para su publicación exclusiva en Proceso.

Por Óscar Martínez

Proceso 1714 / 6 de septiembre de 2009

“Luego de más de una semana en esta zona, no me queda otra que decirle que su vida tiene que ser muy complicada. ¡Diablos! Lo pienso y no entiendo cómo sigue vivo”.

El agente secreto sonríe con orgullo mirándome fijamente y sosteniendo un silencio misterioso. Voltea a ver hacia la puerta, a pesar de que sabe que estamos solos en este pequeño café.

-Con inteligencia –responde finalmente-. No me muevo en una camioneta dl año, de esas grandes. Nunca porto mi arma a la vista y no aparezco en actos más de lo necesario.

No hace falta traducir. Un evento aquí no puede ser otra cosa que una actividad de ese tipo: el asesinato de alguno de los policías de uno de los pueblos de esta franja del sureste mexicano, la escena del crimen que queda detrás de una balacera entre militares y narcotraficantes, la intervención armada en un rancho perdido entre el monte donde esos criminales, los que mandan aquí, Los Zetas, tienen a una cincuentena de migrantes, centroamericanos encerrados. El celebérrimo “secuestro exprés”.

-Pero a veces parece imposible conseguirlo. ¡Hay que vivir en puntillas! Nunca se sabe quién –insisto cuando todavía estamos en el preludio de la conversación.

El agente lo sabe. Él lo sabe y por eso sólo aceptó que nos juntáramos cuando le di la referencia de un conocido. Y aun así comenzó a hablar luego de revisar de arriba abajo mis documentos. El sigilo y el anonimato, esas son las normas que han sido impuestas. Simular ser uno más del rebaño que vive atemorizado, con la vista baja y mirando el pavimento ardiente de estos pueblos que rodean Villahermosa, capital de Tabasco, en la frontera con Guatemala.

-Por eso es necesario moverse despacio, entrar lentamente, no de golpe, y tener mucho cuidado a la hora de preguntar. Mucho cuidado –responde. Termina su café de un trago y pasa a lo concreto. Y al final, ¿fueron ayer al rancho que les dije? ¿Pudo tomar fotos el fotógrafo? –pregunta.

-Sí, sí fuimos. Tomó las que pudo. El escenario era escalofriante –respondo.

El rancho cementerio

La lluvia fue la que hizo que el rancho La Victoria terminara de parecer un montaje. La propiedad era toda la escenografía del secuestro que podemos esperar que salga de nuestro imaginario.

Cuando llegamos, el lugar lucía vacío. Sólo tres policías judiciales custodiaban a los dos agentes del Ministerio Público (MP) que colgaban el letrero de clausurado. Más allá de la puerta de entrada, a unos tres metros de las vías del tren, estaba la casa central, toda de delgados tablones, con dos cuartos centrales rodeados por un pasillo. Esa era la armazón; tétrico el decorado. En el dintel principal colgaba un cráneo de vaca. Al lado de la nave central, unas 100 latas de cervezas se amontonaban estrujadas. En el cuarto más amplio el piso estaba manchado y regado de aserrín. La habitación expelía un fuerte y fétido olor a humedad y por doquier había desperdicios difícilmente identificables. Jirones de ropa, pedazos de lata, algo que parecía trozos de madera.
Ahí, en esa locación de película de trror, el día jueves 3 de julio de este año fueron liberados 57 indocumentados centroamericanos que llevaban una semana apiñados en la habitación por un comando de Los Zetas, grupo que regenta este pequeño pueblito llamado Gregorio Méndez.
Dos de los cautivos habían escapado del tren en el que iban, justo frente al rancho, cuando el maquinista Marcos Estrada Tejedo detuvo la locomotora y 15 hombres con armas largas arrearon a los demás migrantes hacia La Victoria. Los dos prófugos se toparon días después con un comando de 12 militares. Relataron su situación, y los soldados dieron parte a sus superiores. Pronto se formó un comando con 12 policías estatales de Tabasco y 30 de Chiapas. El maquinista està preso. Fue detenido cerca de Veracruz cuando tripulaba un tren en el que más de 50 indocumentados iban encerrados en los vagones. A Estrada Tejero lo acusan de trabajar para Los Zetas que fueron atrapados en el rancho, encabezados por el hondureño Frank Handal Polcanco, que salía en un taxi a la hora de la intervención. Ocho zetas fueron detenidos y otros siete escaparon hacia el monte, cargando sus AR-15.
-Lo peor es cómo los tenían -cuenta en voz baja uno de los agentes del MP-. Estaban en shock. Y todos presentaban goples en la espalda baja. Una franja morada. Luego nos enteramos qué pasó.
En el rancho, los criminales organizaron su show de presentación. Por grupos de cinco colocaron a los indocumentados de rodillas, contra la pared, en el porche, y les empezaron a partir la espalda baja a tablazos, un método de tortura militar que se aplica en México. Y no es de extrañar. Esta es una de las marcas de una organización criminal que surgió, según la inteligencia estadunidense, a finales del siglo pasado, cuando el cártel del Golfo, uno de los dos más poderosos de México, logró hacer desertar a cerca de 40 militares mexicanos de comandos de élite.
Entre ellos las reglas son inviolables; las consecuencias, fatales. Una de esas noches, la segunda de cautiverio, dos migrantes escaparon aprovechando el descuido del guarda. Se internaron en el monte. Un comando zeta fue a buscarlos. A los pocos minutos volvieron con uno de ellos. Lo hicaron frente a la puerta del cuarto repleto de indocumentados, y Frank les dijo en voz alta:
-¡Miren lo que les va a pasar si andan con pendejadas!
Un disparo en la nuca terminó con la vida del migrante hondureño Melesit Jiménez. El otro aún corría cuando, por detrás, sus dos perseguidores lo asesinaron de dos disparos.
Los siguientes días, ya con un grupo manso, los zetas se dedicaron a violar a las dos mujeres hondureñas del grupo, y a divertirse tableando de vez en cuando a alguno de los hombres, mientras esperaban que los depósitos de entre mil 500 y 5 mil dólares llegaran a una sucursal de transferencias rápidas como rescates enviados por los familiares de los cautivos.
Un secuestro masivo más. Apenas a unos días de la presentación del informe sobre plagios de migrantes que hizo la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Un barullo de periodistas que se codeaban por un espacio se apiñó en la sala donde, con voz ronca, el ombudsman dijo que su escaso personal en siete meses había documentado casi 10 mil casos de secuestro de viva voz de indocumentados que señalaban a "Los Zetas en contubernio muchas de las veces con policías".
Los raptos, en este mundo de preregrinos sin papales, son ya tan comunes como los asaltos en el suroeste mexicano. Ahora, después de meses de ver como Los Zetas se desperdigan por todo el país, de quedar claro que se constituyen como un cártel independiente, de escuchar su nombre y sentir su miedo en pueblos de todo el pa{is por donde circulan los migrantes, venimos a entender quiénes son, cómo funcionan y cómo consiguen su principal activo para poder operar a sus anchas: el temor.
Eso se respira aquí en Tabasco, una de sus principales plazas y donde se inicia el control que detentan sobre coyotes e indocumentados. Se percibe, como nos ocurrió al entrar al pueblo de Gregorio Méndez, en la cara de terror que puso el taxista cuando le pedimos que hiciera un servicio hasta La Victoria. El respondió: "No, no puedo ir ahí, no nos dejan". Tomó su auto y se largó.

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