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jueves, octubre 25, 2012

NARCOTRÁFICO

La inesperada muerte del Z-3
Heriberto Lazcano Lazcano, ese hijo del Hidalgo desértico y pobre, murió de manera inesperada. Hombre de acción, especialista en contrainteligencia, fuerzas especiales, intervenciones y contraterrorismo, el ex militar cayó a sus 37 años en una situación paradójica: jefe de un grupo cuyo poderío y brutalidad no tenía comparación, apenas pudo ofrecer una poca de resistencia. Sádico y religioso, su vida tuvo las mismas características que su empresa de la violencia: duró poco, pero fue muy intensa.
Por Humberto Padget
Revista emeequis

En los llanos de tierra y cemento desnudo de la colonia El Tezontle, en Pachuca, el muchacho parecía un don nadie. Lo era. Heriberto Lazcano Lazcano: un chavalo de 1.60 metros -o 1.73, según la ficha de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés)-, empeñado en golpear la pelota de futbol e ir a misa en la iglesia de San Cayetano, un cajón de cemento tan pobre que ni los bautizos o bodas podían celebrarse ahí.
No mucho tiempo después. Heriberto se cambiaría del cacerío gris vestido de verde olivo. Volvería años después, cubierto de gloria.

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El Verdugo, como lo llamaban, quedó satisfecho. Su tumba en el panteón de San Francisco es una réplica a escala de la iglesia cuya remodelación pago de su propio bolsillo. La placa negra y dorada no rehuye el origen de ese dinero sucio puesto al servicio de Dios: "Centro de Evangelización. Catequesis Juan Pablo II. Donada por Heriberto Lazcano Lazcano" y, a continuación, el fragmento de un salmo: "Señor, escucha mi oración, atiende mis plegarias, respóndeme, tú que eres fiel".
Ahora, su mausoleo, una capilla mortuoria alzada entre modestas tumbas, se yergue blanco, con acabados de madera y dos cruces emergentes, en la loma del cementerio de su colonia.
Lazcano no nació ahí, sino en un pueblo cercano llamado Apan, un llano sembrado por magueyes de los que se obtiene el pulque, bebida prehispánica fermentada. Si existen dudas sobre su muerte, también las hay sobre su nacimiento. El gobierno de Estados Unidos identifica tres fechas diferentes, aunque la reconocida por el ejército mexicano y que goza de mayor consenso es la de la Navidad de 1974.
La pobreza de sus padres -Gregorio, campesino, y Amelia, ama de casa- los mordió hasta soltarlos en la capital del estado de Hidalgo, en un barrio que entonces era un cacerío con calles de tierra. Heriberto creció en El Tezontle jugando futbol con un chavo de nombre Lucio, al que apodaban Lucky. Embobados, los muchachos admiraban la reciedumbre de la soldadesca asentada muy cerca de su casa, en la base de una región militar.
Apenas pasaron los 17 años de edad, Heriberto y El Lucky se enrolaron en el ejército el 5 de junio de 1991, en tiempos en que Amado Carrillo El Señor de los Cielos gobernaba el narcotráfico mexicano gracias en parte a la colaboración del general Jesús Gutiérrez Rebollo, el zar antodrogas de esos años. Dos años después, el 5 de julio de 1993, Lazcano fue ascendido a cabo de infantería.
Tenía por apodo Laz, Lazca y El Muñeco, aunque estaba a pocos años de dedicarse a la cacería de El Señor de los Cielos y ganar el sobrenombre que mejor lo definiría: El Verdugo.

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¿Qué hacia especial al cabo Lazcano y a los otros 28 militares que en el origen abrazaron al narco? Su entrenamiento impartido por agencias estadunidenses, las mismas que forjaron a los kaibiles guatemaltecos y a los talibanes afganos.
El futuro jefe del narco aprobó asignaturas muy particulares: Fuerzas Especiales, Operaciones de Intervención, Contraterrorismo, Francotirador, Protección de Funcionarios, Seguridad Integral y Guerra Anfibia.
Era un hombre especializado en tareas de inteligencia y contrainteligencia. Lazcano recibió adiestramiento de combate en jungla, submarino, montaña, alta montaña, desierto y urbano. Estaba capacitado para actuar en vehículos aéreos, acuáticos y terrestres de asalto. Aprendió a utilizar diferentes armas antitanque, explosivos, fusiles de combate y precisión, subfusiles y lanzagranadas.
Los Zetas recibieron capacitación no sólo del gobierno mexicano, sino también del estadunidense, especificamente de la DEA y la CIA, lo que los emparenta de otra forma con los kaibiles guatemaltecos y talibanes afganos, con quienes los mexicanos comparten pertenencia en el listado de agrupaciones criminales terroristas. Heriberto era, pues, una máquina de matar.
Tuvo como primera misión de importancia su envío, en 1994, a la zona insurgente indígena de Chiapas. Luego fue desplegado en la frontera norte como parte de un programa de refuerzo al combate del narcotráfico autorizado por el presidente Ernesto Zedillo.

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Osiel Cárdenas Guillén creció en algún barrio fronterizo de Matamoros y vivió como ayudante de taller mecánico hasta que logró vincularse con la Policía Judicial de Tamaulipas. Hizo amistad con Salvador Garza Herrera, a quien la vida y la muerte lo hicieron jefe del Cártel del Golfo en 1997. No por mucho tiempo.
Afines de 1998, Garza y Osiel se reunieron en los alrededores de la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas. Los narcotraficantes se saludaron, abrazaron y palmearon sus espaldas. Subieron a una camioneta de doble cabina. El guardaespaldas de Cárdenas Guillén, un hombre de gesto adusto, cabello recortado al ras de la cabeza y sin patillas, pasó al asiento trasero de la camioneta y quedó atrás del capo. Su nombre, Arturo Guzmán Decena, también conocido como Z-1. Otro hombre, convertido también en informante, completó el cuarteto. El grupo abandonó la ciudad. En medio de una sonora carcajada de Salvador Garza, Z-1 le acercó su pistola a la nuca y la accionó. Arrojaron el cuerpo cerca del rancho en que nació Osiel, quien a partir de ese momento se convirtió en el jefe.
Lazcano había causado baja del ejército mexicano, petición suya de por medio, el 27 de marzo de 1998 y luego se incorporó a los Zetas a invitación de Guzmán Decena. Pronto aceptó. Le asignaron su clave -la de Z-3- y su encomienda: integrar el último círculo de seguridad de Osiel, también llamado El Mata Amigos.
El Z-1 murió en una balacera con soldados en activo que se desató en el restaurante de su novia. Semanas después, sus subalternos dejaron en el sitio del tiroteo una corona de flores con un recuerdo de "su familia". Era noviembre de 2002 y Lazcano asumió, en automático, la jefatura del sicariato.
Osiel Cárdenas cometió un error fundamental en esos tiempos. Encañonó a un agente de la DEA,a otro del FBI y a un periodista mexicano utilizado como soplón por las agencias estadunidenses.
-¡Chingatelos, cabrón! -animaban los pistoleros y guardaespaldas a su patrón.
La cara de Osiel, enrojecida por la furia, se dilataba y contraía como un enorme sapo colorado.
-Si le jalas te metes en el problema de tu vida, pendejito- se atrevió a amagar uno de los policías.
Osiel sabía que era demasiado. Que los capos fundadores del narco moderno mexicano, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, se pudrían en una cárcel por haber asesinado a un agente de la DEA. Que no habría soborno suficiente para contener la marejada del otro lado de la frontera en dirección suya. Que dos disparos bastarían para covertir su imperio en cenizas.
Bajó el cuerno de chivo.
-¡A chingar a su madre! ¡No vuelvan por aquí! ¡El dueño de Tamaulipas soy yo, y si los vuelvo a ver por aquí les parto su madre! -vociferó.
El daño estaba hecho. Los agentes detallaron el incidente a sus agencias y Washington reclamó agriamente el incidente al gobierno mexicano, que debió hacer lo necesario para detener y extraditar a Cárdenas Guillén en 2004. Un hermano suyo, Tony Tormenta, quiso asumir el gobierno del Cártel del Golfo.
Aunque Lazcano despreciaba a ese hombre, la DEA consideraba que en ese momento decía, bajo el nombre de La Compañía, "un triunvirato" dirigido por Tony Tormenta, Jorge Eduardo Costilla y Heriberto Lazcano, que se abastecían de coca en Colombia y Venezuela, y pasta base en Guatemala, según documentos en poder de emeequis que son parte de la acusación en EU contra el hermano de Cárdenas Guillén en la Corte del Distrito con sede en Columbia, DC.
En esa misma imputación aparecen elementos que permiten ver a un Lazcano más parecido a un empresario que a un solado: empleo de "sofisticados" programas de cómputo y dispositivos de almacenamiento de datos con registros de embarques de coca, identidades de jefes de plaza, relación de sobornos y recepciones del dinero. Sus mensajes recurrían al uso del mensaje codificado.
Hacia 2009 Lazcano llegó a la conclusión de que no debía obediencia a nadie. Y, al mando de Los Zetas, un ejército de 500 hombres, declaró la independencia del Cártel del Golfo, que en adelante sería, hasta hoy, su acérrimo enemigo.

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